domingo, 21 de octubre de 2007

Sobre las ventanas

Yo siempre digo a quien quiera escucharme, que últimamente es poca gente, que el geofísico diplomado que se inventó las ventanas nos encontró a la vez una gran solución y un gran problema.
La solución viene relacionada con el problema de la iluminación de interiores, y tengo que decir que es una gran solución, ya que la alternativa sería hacer los interiores sin pared, pero entonces ya no serían interiores.
Y el problema, como ya habréis predicho, es el del olor a fritanga proveniente de la ventana del cabrón de al lado. Y es que ya está bien, ¿como es posible que todo Dios tenga un vecino que cocina peor que él? Porque es evidente que el mal olor a fritanga lo identificas como malo porque es peor que el olor de la tuya (que tampoco debe de ser gran cosa, por otra parte). Y esto es un problema que me ha fascinado. Un buen día tenía un invitado a comer, y decidí prepararle un estofado como Dios manda. Llega a casa, y lo primero que dice es: - Que olor tan delicioso.
Yo me sonrojé, pero mi tez pasó de un rojo manzana a un verde pera en cuestión de segundos: el olor que emanaba por toda mi vivienda no era el olor de mi refinado plato, sino un olor fuerte, de ajo pasado, que había invadido mi dulce casa con jardín, una valla pintada de amarillo y un perro patatero. El olor asqueroso del maricón de al lado, que tendría que estar encarcelado por hacer aquellos sacrilegios con la comida. Yo, evidentemente, como persona de bien que soy, encontraba que aquello era un olor infame, proviniente del mismo Hades, pero el mamón de mi amigo decía que aquello era la rehostia, que tendría que ser buenisimo por pelotas. Aquí se demuestra el nivel culinario de las masas. Uno distingue unos olores como buenos o como malos según lo que haya comido de pequeño.

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