domingo, 2 de diciembre de 2007

Sobre esto

Seguro que nadie me ha echado de menos. Es igual, allá vosotros. Hoy me he encontrado cinco céntimos, cosa que ha hecho que sea uno de los días más felices de mi vida. La vida de cinco céntimos y la mía han coincidido durante unos instantes, hasta que he cambiado los cinco céntimos por un plato de comida china. Estos chinos... he pintado la moneda de amarillo y se la he colado como una de oro macizo. Nunca había comido tanto. Y seguramente nunca lo volveré a hacer, ya que un rollito de primavera se me atravesó y me envió de golpe al otro barrio. Pero... ¿que pasó con los cinco céntimos? (Os deberéis estar preguntando... De hecho es más posible que os estéis preguntando como cojones el narrador consigue escribir esto si está muerto, pero el mundo del relato es muy divertido, puedes hacer colar casi qualquier bola) Pues bien, con los cinco céntimos, los chinos hicieron dos relojes suizos de oro, y los vendieron como tales. A los 20 minutos los chinos estaban en las puertas de los tribunales por estafa relojeril. Los metieron entre rejas, pero se escaparon el viernes por la mañana escondidos entre sesos de jabalí. Por el camino se comieron los sesos. Comieron los suficientes como para ser descubiertos, porque en lugar de los sesos de jabalí estaban ellos. Los condenaron a muerte, murieron, y ahora están aquí a mi lado escribiendo esta tontería.

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